Shalom Jerusalén

Autor:

Mariana Otero

Categoría:

Mariana Otero (19/12/12)

¿Cómo se hace para condensar las emociones? ¿Para hacer sentir a los demás lo que nos pasa por el cuerpo y por el alma? ¿Alcanzan las palabras? ¿Hace falta intentarlo? Quizá sí, a riesgo de no lograrlo.  Jerusalén es mágica. Es bella. Es inquietante, impactante, religiosa, multifacética, colorida o pintada en blanco y negro. Es alegre y silenciosa, cuando se acerca el Shabat. Es contradictoria y llana, a la vez. Es simple y compleja. Es sitio de peregrinación, de encuentros y desencuentros. Es Santa, es laica, es judía, es cristiana, es musulmana. Simplemente es lo que cada quien quiere que sea.

Jerusalén es uno de esos lugares que se conocen a través de los sentidos. Los ojos no alcanzan. Hay sabores, colores y olores. Hay cultura, culturas. Hay  energía, historia, historias… Tantas cosas.

Sumergirse en Jerusalén es viajar en el túnel del tiempo. Es perderse en calles, en laberintos infinitos, en vías empedradas. En iglesias y monasterios, en sinagogas, en mezquitas. Cuesta explicar el privilegio de pisar Tierra Santa. Sin dogmas ni creencias, o más allá de ellas, es un regalo de la vida.

Jerusalén es una buena maestra. De aquellas que enseñan de verdad. Entre tantas cosas, en Jerusalén aprendí a estar con los ojos bien abiertos, a dejarme seducir por su pasado y por su presente, tan distinto, tan cautivante y magnético.

En Jerusalén aprendí a escuchar, a sentir en la piel el murmullo de las oraciones en muchas lenguas, de aquí y de allí.

En Jerusalén, también, confirmé que “la verdad” no existe, y que hay tantas verdades como personas. Aprendí a sorprenderme como una niña que se asoma por primera vez a una ventana. Aprendí a observar, a emocionarme, a imaginar otros mundos posibles. A contemplar con la misma curiosidad a señores que nos transportan –en el siglo 21 y en un segundo- a la Edad Media, a ver a las señoras con túnica, a los hombres con sotana, a las ejecutivas, a los niños.A cristianos, judíos, ortodoxos y  musulmanes, en cualquier orden.

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En Jerusalén aprendí a ser más tolerante, más agradecida. A celebrar la vida en cada instante, a compartir, a sentir con intensidad, a escuchar, a creer, a emocionarme sin vergüenza, a abrazar con las palabras y con los gestos.

Jerusalén querida, gracias por tanto. Nos volveremos a ver. Shalom.

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