Cerro Colorado: un centro ceremonial de los antiguos pobladores de Córdoba

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A 160 km de la ciudad de Córdoba,  Cerro Colorado es el espejo más fiel de los cambios del mundo en los últimos dos mil años.

En este rincón de la provincia, los pueblos originarios dejaron plasmado en piedra y pinturas rupestres no sólo  su desarrollo y  cotidianeidad sino el reflejo de su entorno natural, que sería diezmado con el paso de los años.

Su testimonio es un documento inapelable que habla de las comunidades prehispánicas, de la presencia del conquistador español y del estado de la naturaleza.

Luis Tisera, director del Museo Arqueológico Cerro Colorado e investigador independiente, cuenta que es uno de los sitios arqueológicos más relevantes de la Argentina. Tiene alrededor de 70 aleros que contienen entre 5.000 y 35.000  pictografías bien conservadas (varia según el modo de contabilizarlos) que describen un mundo ecológico que hoy no existe -jaguares, llamas, guanacos, venados de las pampas y cóndores, por citar sólo algunos del lugar- y la cosmovisión de los pobladores prehispánicos.

“Hay mucho monte cerrado. Puede haber un 10 % no conocido”, estima Tisera.

En las pinturas aparecen representados los españoles a caballo, jinetes con vestimentas con detalles como   botas ceñidas, cinturones, yelmos, cascos y lanzas.

Los guanacos y las llamas son los motivos más comunes.

Como en una serie fotográfica, las escenas pictográficas muestran el avance territorial de los enviados por la corona española y el ataque a los nativos.

El escritor Leopoldo Lugones, habitante de Villa María de Río Seco, fue el primero en difundir en el diario La Nación, y para un público masivo, la existencia de este tesoro cultural y arqueológico. En su artículo hacía un llamamiento a preservar “estas páginas de un misterio tan conmovedor”.

En la década de 1920, el escocés George Gardner realizo un exhaustivo relevamiento de las pinturas.

“Fue un pionero, el primer trabajo en Latinoamérica que analiza los pigmentos de las pinturas”, indica Tisera.

A partir de los años 1950, el ingeniero noruego Asbjon Pedersen reprodujo en láminas 35.000 motivos tomados de 113 aleros del Cerro Colorado y de otros sitios hacia el norte.

El Cerro Colorado es un tesoro patrimonial y, además, es una reserva natural y cultural de la provincia de Córdoba. En la tranquilidad de esta tierra, eligió vivir el cantor, compositor y escritor Atahualpa Yupanqui.

Único en el país

Luis Tisera cuenta que en términos arqueológicos el Cerro Colorado se ubica en las Sierras Centrales, habitado por pueblos originarios.

En la zona, donde confluyen el bosque serrano y el chaqueño, habrían convivido diversas comunidades nativas.

Se encontraron 14 estilos cerámicos que hablarían de esta diversidad dentro de un mismo paisaje.

“Creemos que esta zona norte de Córdoba es un área de frontera donde convergen muchas tradiciones culturales. Cerro Colorado sería el nodo de confluencia”, explica Tisera.

Se cree que Cerro Colorado podría haber sido un centro de rituales.

El director del museo señala que las pinturas rupestres del norte de Córdoba son únicas, en nada se parecen a las de otros sitios arqueológicos del país. “Hay ciertos motivos que son exclusivos de acá: los flecheros ataviados con trajes de plumas dorsales, las figuras con puntos”, detalla.

Se refiere a la técnica del puntillismo en la que aparece, por ejemplo, la figura de un jaguar representado con un contorno de puntos. En algunos casos son huellas digitales, y hay aleros completos con puntos que envuelven una escena.

Las pinturas relatan la vida cotidiana y también revelan  entidades mitológicas -sus dioses- y su visión del mundo. Se observan escenas de danza, de combate y cacería. También aparecen figuras híbridas, antropomorfas y animales como el  quitilipi, una especie de búho grande con dos orejitas.

“Los nativos se representaban con dos orejitas, algunos dicen que son dos plumas  o que tiene que ver con el búho. Hoy que conocemos más las comsmogonías indígenas podríamos ser más audaces y decir que eran hombres pájaro”, piensa Tisera.

Molienda y rituales

Los investigadores estudian en la actualidad las instaciones de molienda en la provincia; es decir, los sitios donde existe una concentración de más de diez morteros.

Un mortero de alrededor de centímetros de profundidad permitía preparar  alimentos para una familia. Pero, qué ocurría cuando había muchos más?

Tisera relata que en las crónicas del silgo XVI de los españoles se menciona una práctica indígena denominada “juntas y borracheras”, que se realizaban en los tiempos de recolección de las algarrobas.

Estas prácticas no eran exclusivas de Córdoba sino que también están registradas en el noroeste argentino, en la zona guaraní,  Santiago del Estero y Catamarca.

Se llamaban “juntas” al referir a la reunión de personas, y “borracheras” por la elaboración de aloja, una bebida fermentada a base de algarroba, que produce un estado de embriaguez.

“Esta borrachera es ritual”, apunta Tisera.

Efectivamente se cree que esas ceremonias se realizaban en  instalaciones de molienda.

“En Cerro Colorado hemos contabilizado alrededor de 500 morteros”, cuenta el investigador.

Y agrega: “Si hablamos de un nodo, a donde concurría la gente, las juntas y borracheras son importantes”.

Los expertos consideran que hay dos formas de explicar la presencia de tantos morteros. O existía una gran población y había que proveer  alimento para todos o era una población  reducida que en la época de la recolección de la algarroba se convertía en la anfitriona de visitantes de otras comarcas, igual que ocurre en las actuales fiestas patronales.

Esta última  hipótesis es por la que se inclinan los investigadores en la actualidad.

“Esto ocurría en muchas concentraciones, pero este es el gran nodo: acá se pinta y se hacen estos rituales. Esa es la importancia que tuvo el Cerro Colorado en el pasado, un nodo regional”, subraya Tisera.

Los pueblos originarios de Córdoba fueron denominados por los españoles  comechingones y sanavirones.

“Si volvieramos al siglo XVI, los conquistadores  definieron a la actual provincia de Córdoba como sanvirona”, remarca Tisera. Según consta en textos de principios del siglo pasado, los sanavirones se ubicaban en el norte de Córdoba hasta la laguna Mar Chiquita y los comechingones, al sur.

“Quizá esto ha sido una provincia sanavirona, por eso tampoco encontramos vestigios comechingones en cantidad”, opina el director del museo.

Las pinturas

No se conoce el género ni la edad de quienes realizaron las pinturas rupestres,  de hace unos dos mil años.

“Córdoba está poblada desde hace más de 11 mil años y el registro que tenemos del Cerro Colorado es de seis mil años de antigüedad.  Durante cuatro mil años no pintaron, eran cazadores recolectores que andaban el territorio”, detalla Tisera.

El investigador explica que comenzaron a hacer registros en las piedras entre el año 0 y 500 despúes de Cristo.

“Otra característica de Córdoba es que había economía mixta, eran cazadores-recolectores y también tenían agricultura.

Eran sociedades móviles”, refiere.

Las pinturas que se aprecian son blancas, negras y rojas. Tienen dos componentes: el pigmento que da el color y los aglutinantes.

El rojo es gracias al ematite y al óxido de hierro, presentes en las areniscas y rocas rojizas del Cerro Colorado. El blanco es yeso y el negro,  se utilizaba en base al carbón o al manganeso. Los aglutinantes eran, entre otras, grasa animal y savia de plantas que permitían la adhesión y la perduración.

Roberto Justiniano Martínez, guía del Museo Arqueológico e integrante de la comunidad comechingón sanavirón de Cerro Colorado, asegura que el Cerro Colorado es un lugar sagrado donde los antepasados  dejaron sus testimonios de vida. “Se van transmitiendo de generación en generación; las comidas de antes, las plantas curativas y medicinales”, subraya Roberto,  nieto de doña Guillerma, que tejía los mandiles a Yupanqui, quien le dedicó la canción  Doña Guillerma a su abuela.

Esta nota se publicó en la página web de la Agencia Córdoba Turismo. LINK: Cerro Colorado, un sitio ceremonial de los antiguos pobladores de Córdoba

DATOS ÚTILES

Cómo llegar. Desde la ciudad de Córdoba por la RN9 se llega a Santa Elena. Desde allí por la RP21 hacia el oeste.

Se encuentra a 100 km al norte de Jesús María.

Visitantes. 30 mil  por año. La mitad provienen de escuelas y la otra mitad es turista. 

Visitas gratuitas.

Hay tres horarios al día.

Alojamiento y gastronomía. El pueblo tiene 360 habitantes estables, 500 plazas de alojamiento. Seis restaurantes y tres campings, lo que eleva a mil las plazas. Hay un equipo de guardaparques y tres organismos gubernamentales que trabajan coordinadamente (Minisyerio de Ambiente, Agencia Córdoba Cultura y Agencia Córdoba Turismo.

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