Firenze y los viajes dantescos

Autor:

FeRe Duelli

Categoría:

Por FeRe Duelli (artista, magister en urbanismo)

Firenze es sin dudas una de las ciudades más bellas donde se puede estar. Hay una génesis en la infraestructura de toda la ciudad que tiene que ver con el cuidado de lo bello, está en los puentes, en las calles, las ventanas, los picaportes. Algo que se siente mientras se recorre a pie, codeándose con turistas y cruzando a los cada vez más pequeños autos que intentan entrar también en los estrechos pasajes, como si ellos también quisieran ser parte de lo bello. En las esquinas del centro te lo recuerdan los escudos de la familia Medici tallados en una piedra con intención de ser eternos. Es el lugar donde nace nuestra concepción de belleza actual; el sitio donde se pensó y se desarrolló la concepción moderna de qué era lo bello y cómo tenía que ser. En Firenze hasta el vandalismo es atractivo.

Atractivo e imponente. Caminando por las calles centrales, angostas y estrechas, en algún momento el camino se abre y como una visión de algo superior empiezan a aparecer a la vista trozos de la Catedral de Santa María Del Fiore, una pieza urbana que se impone como una sorpresa mayúscula.

Una catedral realizada con otros tiempos de construcción, entre idas y vueltas demoraron más de 140 años en terminarla. La cantidad de detalles que tiene por fuera contrasta con la sobriedad que alberga el interior, casi despojado, es un largo camino hasta el altar.

Con Mer, mi esposa tuvimos que esperar una hora y media de cola de turistas, avanzando de a pasitos cortos, se sintió como un camino bíblico para entrar al paraíso, pero está tan plagado de gente que se vuelve difícil. Una vez llegado al altar central, es decir el centro de la cúpula de Bruneleschi la situación cambia por completo. Es tan alta que a medida que avanzas por el centro la sensación es que se vuelven a abrir las paredes en dirección al cielo y de forma cóncava, y mientras más se avanza más alto se vuelve. Para contrastar con lo vacío que estuvo el camino por dentro de la iglesia toda la cúpula está pintada con murales que te obligan unidireccionalmente a mirarlos, a poner el ojo en los detalles y esforzarte hasta llegar al centro donde la mirada se pierde por completo. Toda la gente que va llegando al centro empieza a hacer lo mismo, a torcer la cabeza 180 grados hacia el cielo.

Cuando quise enderezar la cabeza no pude, me empecé a marear, y la gente no paraba de entrar y salir, a mi alrededor la gente sentía lo mismo, empecé a escuchar algunos lamentos, ¿no se supone que esto era la elevación al cielo? En su lugar era más parecido a un sufrimiento, a un descenso al infierno. La gente no paraba de entrar y salir, sacar fotos, continuamente sin parar y cada vez más rápido, la mirada se me nubló, dejé de sentir el suelo que pisaba, las voces se alejaron y no había cielo, era propiamente una sensación infernal, en cualquier momento empezaban a llegar los demonios y prender fuego todo pensé.

Me sentí arrojado a un círculo infernal, tirado en el piso y desde ahí vi en una pared un cuadro de Dante Alighieri, padre de la lengua italiana, que me hablaba y algo me susurraba. Si realmente estaba en el infierno de Dante, tenía que tomar fuerzas para llegar al purgatorio y tratar de salvar mi alma.

La pausa Purgatoria en Firenze es comerse una schiacciata en la calle. La schiacciata es una focaccia toscana cocida al horno con aceite de oliva y sal amasada de una manera donde la masa queda esponjosa y con unos buchi (huecos). Se come rellena como un sándwich y hay tantas variedades de rellenos como quesos y fiambres en toda Italia. Mi favorita era la Schiacciata Matta uno de los tantos locales de este tipo que hay por el centro histórico. Todos los días mientras estuvimos en Firenze comimos lo mismo. No me arrepiento.

Pero lo más elevado llegó por la noche de ese día. En la galería de la Academia entré a ver la obra de arte más conmovedora que ví hasta la fecha. La escultura del David.

Tanto es lo que en nuestra vida hemos leído, nos han contado, tantas fotos que hemos visto que la tenemos metida en el inconsciente como un tornillo fijado con un taco Fisher, algo que no se va a mover. Es incluso un lugar común pensé, nada pasará cuando la vea; sin embargo, algo en mi cerebro funcionó de alguna manera oculta al frente de la obra, algo se volvió indescriptible, era una piedra tallada, pero también una cosa frágil.

Me sentí petrificado, empecé a pensar teorías del arte y de vuelta la gente empezó a ir y venir a mi alrededor, pensé que iba a caer a esa sensación infernal de nuevo como cuando estaba mirando el duomo, pero no. El recorrido me había llevado hasta ahí, era el último nivel, la gente se fue borrando, la luz se fue bajando porque se hizo de noche.  De alguna manera nadie nos sacó del lugar, llegó compañía y nos conectamos con la infinidad perenne del arte, una conexión exquisita, magna, total y brillante.

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