Las paredes del mundo a veces hablan; a veces, gritan verdades individuales o colectivas. En ocasiones son mensajes encriptados, denuncias políticas o expresiones de amor o desamor convertido en arte urbano. Pasiones sin medida, un escape de la realidad.
Los grafitis, las pinturas murales y todas las obras de arte callejeras cambian el mundo alrededor del cual viven. También ellas, un día, se desteñirán por el paso del tiempo.
El arte urbano es volátil y salvaje en sus estilos, formatos y composiciones Hablan del otro, de los otros, de subjetividades que nunca conoceremos. Son la esencia pintada en un muro, como una hoja en blanco.
No hay normas para la expresión callejera, no hay corsette ni reglas, aunque hay códigos escritos o tácitos.
El graffiti nació de las firmas plasmadas en las paredes y vagones de metro en los años 1970 en Nueva York gracias a las tribus urbanas que buscaban canalizar la pulsión por dejar su sello. La premisa era, y sigue siendo, dejarse ver.
Todo fue evolucionando, las letras de simples trazos tomaron volumen, engordaron, se complejizaron. Pasaron de firmas a piezas y luego a murales.
Hoy las paredes de las grandes capitales del mundo hablan y se cuestionan a sí mismas para buscar sus límites y definirse. Nos gusta escucharlas.
Siempre nos ha gustado pensar qué hay detrás de lo que se muestra, quién fue el artista, en que momento oscuro o luminoso lo pinto. Qué lo inspiró. Por qué lo hizo. Para quíén. En la mayoría de los casos, nunca sabremos. Bienvenida la libre expresión.