Marruecos está considerado el país más occidentalizado de África. Separado de España por el Mar Mediterráneo, es una de las puertas de salida de los inmigrantes que ven a Europa como la tierra prometida.
Para los que vivimos de este lado del mundo, es un país exótico, fascinante, que desafía los sentidos frente a su cultura y costumbres milenarias.
Lo atraviesa el Sahara, que en árabe significa desierto. Es el desierto del desierto cálido más grande del mundo. Se extiende por 9 millones de km2 y por una decena de países africanos. Tiene casi el tamaño de China y es una inmensidad compuesta por montañas, grava y piedras. Las dunas sólo representan el 20%.
Lo pisamos en 2019, cuatro días después de habernos deleitado en los mercados de Marrakech, una de las cuatro ciudades imperiales, donde aprendimos a distinguir las especias, a observar a los encantadores de serpientes y a familiarizarnos con las mezquitas, el sello de identidad de esta nación monárquica e islámica.
El desierto es ocre, es rojizo o amarillo intenso. Depende de la luz del día, de la posición del sol y de la antigüedad de sus arenas.
El paisaje es inabarcable con la mirada. Es emocionante, una experiencia espiritual. Hay silencio. Hay paz y cientos de imágenes extrañas para nuestros ojos occidentales.
La cotideaneidad es curiosa. Lo mismo pensarán de la nuestra…
Nos detuvimos a mirar a los hombres con turbantes que esperaban con sus dromedarios chateando por celular, mientras nuestro guía Ibrahim se acercaba para acompañar a nuestro grupo de cuatro camellos a pie.
El muchacho nos pidió precaución porque, explicó, los dromedarios hunden sus patas en la arena y arriba se siente como un terremoto. Cierto.
Luego, tiraba de la cuerda como quien lleva a un cachorro, se detenía, sacaba fotos, subía dunas, bajaba corriendo. Sabía cuáles eran las mejores para Instagram. Una tarde de pinceladas inolvidables.
Nos contaron que cuando la noche cae en el desierto, se encienden las estrellas más bellas del mundo. Pero una tormenta de arena en el campamento nos dejó huérfanos de ese cielo.
Esta nota fue publicada originalmente en La Voz del Interior. LINK: El desierto de los desiertos.
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