Qatar, un país acogedor y con gente hospitalaria

Autor:

Pato Fernández

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Por Pato Fernández

Mi viaje a Qatar con motivo del Mundial 2022 enviado por Canal Show Sport y Canal C, el octavo de mi carrera profesional que veo fuera de Argentina, fue una experiencia única e inolvidable, por cierto, que trataré de acercarles en estas líneas en ModoviajeOK.com.ar

Hago una salvedad que me parece necesaria: era una cita mundial y todo el potencial de este riquísimo país tenía como objetivo central que nada se saliera de su cauce.

Primero que nada, el modo de vida de los qataríes no tiene nada que ver con el nuestro. Es absolutamente distinto. Lo pudimos palpar en nuestro primer contacto con un local: el respeto hacia las otras personas y a la fuerza policial son muy llamativos; al menos lo fue para mi. Da la sensación que en ese orden preestablecido, todo funciona muy bien porque cada uno hace lo que corresponde.

Ese país chiquito (tiene apenas 11.570 kilómetros cuadrados) y enorme por su potencial económico me dejó absolutamente asombrado y en verdad lo que les quiero comentar es que el país, a pesar de sus dimensiones, es inmenso en su forma de vivir, en el comportamiento de sus habitantes y en el respeto que se manifiesta a cada paso.

Uno se queda asombrado cuando le cuentan que aquí no hay arrebatos ni robos callejeros, por lo que, las preocupaciones que tenemos en otros lugares aquí hay que dejarlas de lado.

La gente me dice cómo puede ser que se viva así, que no haya un ladrón. Bueno no podría afirmar que en Qatar no hay ladrones, sería aventurado hacerlo; sólo puedo decir que en los días que estuve no ví ningún episodio de violencia. Y eso no es poca cosa.

Precisamente, el clima de tranquilidad del país es un aliciente para los miles de trabajadores de otros países que llegan, atraídos, también, por los buenos sueldos. Los extranjeros, en su gran mayoría, son los que hacen el trabajo que desdeñan los locales porque, posiblemente, no los necesiten.

  

No hay diferencia entre el Qatar de noche y el de día. El buen gusto, la iluminación y una infraestructura de primer mundo hacen del lugar un auténtico oasis donde uno puede sentarse a tomar un té o un café o una gaseosa y dejar que los sentidos hagan lo suyo. No dije alcohol porque no se puede consumir alcohol en los bares. Sólo en algunos hoteles. Por supuesto esta prohibición no es impedimento alguno para disfrutar de una mesa amiga.

En pleno Mundial (noviembre, diciembre), el clima era agradable con temperaturas entre los 28 y los 30 grados. Sin embargo este entorno amigable, con el mar de fondo no disimulaba las dificultades que la mayoría de los argentinos tuvimos para comunicarnos. Pese a la buena voluntad de los locales, afables y atentos a nuestras requisitorias, el diálogo fluido quedaba para mejor momento. Gestos amables y palabras balbuceadas en español, en inglés o en árabe, conformaban la postal de una seudo comunicación que, varias veces, nos sonaron a épicas y muchísimas, la mayoría, a insuficientes.

Yo tuve la fortuna de vivir un día como qatarí gracias a la conexión que me hizo el presidente de la sociedad musulmana en Córdoba, que me contactó con un amigo de él que vive allá.

Esta persona que es argentina, que hace mucho tiempo vive en Qatar y que profesa la religión musulmana, me invitó a pasar una jornada completa de campo. Por supuesto, no es el campo como lo tenemos incorporados nosotros, allá es el desierto. Allí fuimos a pasar un día de amigos, de comida, de diversión, de anécdotas, de comentarios y confraternidad. Fue uno de los puntos altos de este viaje.

Me atendieron de maravillas los árabes. Para mi no era una novedad, son muy hospitalarios y me quedé asombrado por la bondad y la generosidad. Cuando invitan no se guardan nada. Es hasta casi ofensivo intentar pagar o llevar algo.

Ese intenso día junto a mis nuevos amigos, me recordó que en Argentina tenemos una raigambre profunda de lo árabe. Lo comprobé al probar las exquisiteces preparadas por nuestros anfitriones que replicaban, quizás con algunos gustos, aromas y condimentos algo distintos, a nuestra también exquisita comida árabe.

Para el final dejo mi visita a la pequeña Venecia. Yo que tengo la suerte de conocer la auténtica, la que está en Italia, puedo asegurarles que no hay diferencias. Una maravilla en el desierto.

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