Por Lucía Sant (*)
Son las 2 de la mañana y no puedo dormir, me desvelé, en cambio mi marido duerme plácidamente.
Estamos en un hotel, cuatro estrellas, muy lindo de Río de Janeiro cerca de Barra da Tijuca. Llegamos de casualidad por un confuso episodio que tuvimos con Booking en otro lugar, mejor dicho por un chasco de esos bien feos que te dejan el mal trago por un tiempo. Aprovechando lo barato que está Brasil para nosotros, los argentinos, elegimos venir a pasar año nuevo a la playa, la buena onda de la gente y el paisaje son un destino garantizado. Brasil se vende solo.
Luego de una abstinencia de cinco años sin vacaciones, imaginar este plan era lo máximo, presumíamos de haber conseguido aéreos super económicos y de que estaríamos frente al mar para año nuevo. Un sueño.
Era tal la ansiedad y la emoción de poder viajar y desconectarnos de todo que entramos en Booking y dentro de nuestras posibilidades económicas vimos un hotel tipo residencial con muy buenas calificaciones y comentarios que acompañaban buenas fotos. Lo que yo veía era: habitaciones con vista al mar frente a un morro donde se puede subir para practicar un trekking (algo que me encanta), ubicado sobre una senda peatonal muy tranquila casi solitaria con muy pocas construcciones alrededor. Habitaciones sencillas pero lindas, la construcción elevada de 3 pisos en la esquina de una bahía.
Lo que quise ver fue: una playa solitaria y tranquila con arena blanca, muy poco concurrida tipo pueblo playero ideal para descansar.
Y lo que vimos fue: una construcción vieja y descuidada (las habitaciones no llegué a verlas porque no me animé). Pegado a ese alojamiento había construcciones de tremendos condominios abandonados (por eso no aparecían en Google Map). Mucho movimiento de gente siendo las 8 de la mañana y las calles de atrás conectaban con lo inhóspito.
Decidimos caminar un poco por la senda peatonal y ver más allá del paisaje para intentar cambiar la cara pero era imposible, solo veía días grises que se aproximaban. La cara de mi marido era más de decepción que de sueño, intenté animarlo y le dije que buscáramos algún café lindo, total la parte más atractiva debía estar más adelante. Qué ilusa.
Eran las 8:30 de la mañana, recién llegados del aeropuerto y todavía medio dormidos. El viaje en Uber había sido largo desde el aeropuerto y atrás quedaban Copacabana, Ipanema, Leblón y Barra Da Tijuca los barrios más concurridos y conocidos que sonaban en las últimas conversaciones con amigos. Pero como nosotros somos innovadores buscamos lugares más cool.
Cincuenta metros de esa caminata me sirvieron para darme cuenta que la nube negra seguía sobre nuestras cabezas y no nos dejaría en paz hasta provocar una tormenta. Dije: “Nos vamos de acá, volvemos al ‘hotel’ y buscamos otra opción”.
Me vi obligada a prender el celular en vacaciones para buscar algo acorde a nuestro presupuesto ya reducido, porque esas 5 noches nos quisieron reembolsar. Intenté comunicarme con Booking, tarea que, por supuesto, me fue imposible. El alojamiento no podía hacer nada porque ellos tercerizan este servicio, es decir que pagamos por estar cinco minutos sentados en su hall lo mismo que, después de una prolija búsqueda, estamos pagando en una cadena de hoteles muy lindos con habitaciones cómodas y limpias, con vista a los morros típicos de Río, con piscina y desayuno para famélicos.
Eso sí, estamos a 15 minutos en Uber de la playa y a 40 minutos de la zona de bares en Leblon, que tanto le gusta a mi marido. Apenas hicimos el chek in dejamos todo y cual jujeña desesperada por el mar nos fuimos a la playa. Con el estrés y enojo de lo ocurrido, además de mal dormida y malhumorada, remontar eso era la prueba de fuego que no quería aprender en mis vacaciones. Solo necesitaba ir a una playa tranquila, me sentía aturdida, pero claro si lo mando a consultar por una playa linda lo lógico es que venga con la última info “cachengue carioca”. Sin saber de esto pongo en Uber el nombre de la playa y partimos, unos 45 minutos para ir a la posta.
Llegamos y empiezo a ver una multitud que no se comparaba ni a la mejor temporada de la Bristol en Mar del Plata. Música al palo y una sombrilla al lado de la otra. Ya no me importaba nada, solo quería mojarme los pies y tocar la arena.
No es que sea fóbica a la gente pero últimamente rechazo las multitudes, ahí me di cuenta de que tal vez Rio no era el destino indicado, al menos para mi. Seguía aturdida y agobiada del viaje y la situación, así y todo me quedé dormida bajo la sombrilla. El día estuvo nublado en su mayoría y al pasar las horas nos fuimos cambiando de lugar hasta encontrar un mejor sitio. Pude disfrutar un poco del mar y mi marido descansar.
Hoy no pudimos ir a la playa porque el gringo no se puso protector solar y tiene la cara de un tomate cherry y el cuerpo tipo tomate perita. Entonces nos quedó la opción de tomar nuevamente un Uber y viajar otros 40 minutos hasta algún shopping inundado de gente (heeeermoso) y aprovechar as maravilhas do maior país do mundo.
(*) El lado B de Ojos del Mundo: