Por Carolina Otero
Si combinamos la visita a una de las villas medievales mejor conservadas de España con un Patrimonio de la Unesco de 36.000 años de antigüedad, el panorama no puede ser mejor. Si a ello le sumamos la cercanía a la bella ciudad de Santander con el Palacio de la Magdalena y sus excepcionales playas, tenemos el imperdible de Cantabria.
Llegar de Santander a Santillana del Mar y de allí a las Cuevas de Altamira es sencillo, entretenido y como valor agregado le permite al visitante saborear un poco del entorno rural de Cantabria.

El punto de partida es Santander. En auto son aproximadamente unos 30 kilómetros, pero lo interesante es hacer ese trayecto con mayor libertad en el transporte público. Los parking en Europa en general y en los lugares turísticos en particular, no son un tema fácil por lo que siempre que podemos evitamos el auto.
Desde la Estación de Autobuses de Santander, el trayecto lo realiza la empresa Alsa y la regional La Cantábrica. Para no generar resquemores entre la asturiana y la local nos decidimos por esta última que en 40 minutos y por 3 euros cada uno, nos dejó en la Avenida de Dorat justo en la entrada de la villa y al frente del Hotel Colonial Santillana del Mar.

El clima nos acompañaba y decidimos dejar el recorrido por el pueblo para la tarde y emprender la caminata hacia las Cuevas de Altamira. Sorprendentemente nos informaron que hay taxis en la villa medieval, aunque nos pareció que el trayecto a pie era merecedor del esfuerzo y parte de la experiencia. Son aproximadamente 2,5 kms. de una caminata accesible, de baja dificultad y con caminos muy bien señalizados. Atravesando el barrio de Herrán nos encontramos con una encantadora zona rural con casas típicas cántabras, pequeños prados y algunas explotaciones ganaderas. El camino es tranquilo, bello y poco transitado por vehículos. A poco andar, dejamos atrás las casas y nos adentramos en la carretera local bordeada de árboles y el verde único de los campos del norte de España.

El recorrido finaliza en el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, donde retrocedemos al Paleolítico.
El museo es un gran complejo rodeado de áreas verdes, dedicado a la conservación, estudio y divulgación del arte rupestre prehistórico.

Las entradas se adquieren en taquilla y por el módico precio de 3 euros o 1,5 entrada reducida se puede disfrutar de una experiencia imprescindible para entender el arte rupestre y la vida de nuestros antepasados. La combinación de exposiciones permanentes, actividades y la Neocueva hace que sea un destino cultural único en España.

Un dato imprescindible para la visita es que el complejo tiene un restaurante y cafetería que nos sorprendió, y donde -después de la caminata y el recorrido de casi 3 horas por el museo-, pudimos disfrutar de un excelente menú de almuerzo con dos platos, bebida y postre por 15 euros por persona. Muy recomendable e imprescindible para retomar fuerzas y emprender el regreso a Santillana del Mar con los ojos llenos de las impresionantes imágenes de bisontes, ciervos y caballos que tapizan las rocas.
Santillana del Mar es, una de las villas más bellas y mejor conservadas de España, su origen se remonta a la Alta Edad Media. Es llamada la villa de las tres mentiras porque “ni es santa, ni es llana, ni tiene mar”, pero en realidad su nombre proviene de Santa Juliana, mártir cristiana cuyos restos fueron traídos a la región en el siglo IX. En torno a su sepulcro se construyó un monasterio, que con el tiempo se convirtió en la Colegiata de Santa Juliana.
Actualmente, su casco histórico está protegido y es un conjunto monumental declarado Bien de Interés Cultural, y como tal, no se permite la construcción de nuevos edificios permaneciendo su espíritu intacto.

Pasear por sus calles empedradas es una delicia, con sus edificios conservados, balcones floridos y escudos heráldicos. Así desde la Colegiata del siglo XII del más puro románico, pasamos por las torres medievales del siglo XV, la Casa del Águila y la Parra, el Ayuntamiento ubicado en un edificio del S. XVII, el Palacio de los Velarde del s. XVI con su impresionante fachada de sillería y escudos nobiliarios, sin olvidar las numerosas casas señoriales y palacios (Siglos XVII-XVIII) como el Peredo-Barreda, el Palacio de Benemejís que fue residencia jesuítica y la Casa de los Hombrones o el Convento de San Ildefonso, casa de las monjas clarisas.

Al caer la tarde emprendimos el regreso a Santander sin ningún inconveniente ya que la puntualidad de “La Cantábrica” es digna de elogiar, como asimismo la comodidad de sus buses. Los 40 minutos de trayecto se nos hicieron cortos mientras pensábamos que las visitas del día no fueron un destino más, sino algo parecido a una experiencia de conexión con la historia misma de la humanidad, remontándonos a 36.000 años de antigüedad, pasando por la edad media y moderna, arribando al siglo XXI en la hermosa Santander.











