Los sismos que afectan desde hace días a Santorini han dejado a la preciosa isla griega casi desierta y con temor sobre su futuro, en vistas a la próxima temporada de verano. Compartimos aquí nuestra experiencia viajera cuando el destino era el faro que todos querían visitar una vez en la vida. Confiamos en que volverá a serlo.
«Cuando lleguen a Santorini lo primero que tienen que hacer es la caminata hasta Oia. Es la mejor manera de dimensionar la belleza de este lugar». Eso nos dijo Efi, nuestra guía de @toptoursgreece en la Acrópolis de Atenas (a quien, valga el paréntesis, recomendamos 100% para conocer en serio la Antigua Grecia).
Seguimos su consejo al pie de la letra.
Ya en Fira, la capital de esta paradisíaca isla griega (nunca mejor dicha esta frase común que remite a lo que creemos que es el Paraíso), fijamos el paseo para las primeras horas del siguiente día.
Nuestra amable anfitriona en @zaharoula_pansion (un alojamiento muy recomendable a pocas cuadras de la terminal y frente al mar) nos dio los datos imprescindibles.
Son 10 km los que separan a Fira de Oia, uno de los lugares top de Santorini, donde se ven algunos de los mejores atardeceres del mundo.
Así, entusiasmados, arrancamos cuatro horas de caminata por el acantilado de Fira-Oia (con paradas para las fotos y la hidratación), uno de los paisajes más increíbles que uno pueda imaginar. No hay imágenes que hagan honor a lo que uno ve a lo largo del sendero.
El camino es sencillo, está bien marcado y es de baja dificultad (hasta la trepada final, más exigente antes del tramo cuesta abajo). Atraviesa pueblos encalados entre escarpados paisajes mediterráneos con vistas a la caldera.
El primer pueblo que cruzamos fue Firostefani, un encanto dibujado en la montaña con el mar, más azul que celeste.
Más adelante, pasamos por Imerovigli sin ser conscientes de dónde empieza y termina cada población. A partir de allí todo se torna más agreste, sobre sedimentos volcánicos. Sólo cruzamos pequeñas iglesias, pobladores que nos saludaban y alojamientos de lujo en balcones naturales que se descuelgan hacia el acantilado.
Antes de la meta, una buena parada es la Iglesia del Profeta Elías, una típica construcción de las Cícladas, de paredes blancas y cúpulas azules, donde mujeres de todas las edades con vestidos largos y de colores buscan la foto perfecta. Todas las selfies salen bien en ese escenario
Al continuar, conviene fijar la mirada en el horizonte y observar cómo se va acercando Oia: la vista vale en verdad la pena.
Ya bien cerca, aparecen los puestos de venta de fruta. El cansancio, si existe, no se nota. Ya estamos cerca de uno de los pueblos más encantadores de Grecia.
Una vez en Oia, se impone la pausa, con la típica cerveza griega Mythos bien fría. Caminar y contemplar. Más nada hace falta.









