Por Claudia Amusategui
En un recorrido por la Península Balcánica, llegamos a Bosnia y Herzegovina, uno de los actuales estados que alguna vez formó parte de la antigua Yugoslavia y que hoy está conformado por la Federación de ambas (B y H), pobladas principalmente por bosníacos y croatas, más una tercera entidad que es la República de Sprska, habitada mayoritariamente por serbios.

En este nuevo estado (fruto de los Acuerdos de Dayton de 1995 a partir de la intervención de la OTAN, y que condujeron a la finalización de la Guerra de Bosnia), al menos a nuestra vista de turista y a vuelo de pájaro, conviven pacíficamente serbios, croatas y bosnios.
Al cruzar la frontera desde Montenegro nos encontramos con un paisaje de densa vegetación, mucha montaña, ríos caudalosos, carreteras bastante deterioradas y sin mucha demarcación, y la enorme expectativa de conocer estos lugares que asociamos por mucho tiempo con sufrimiento y guerra.

Nuestro primer destino fue Mostar, una ciudad que en su núcleo central alberga un pueblo antiguo, con gran influencia otomana, crecido a orillas del precioso Río Neretva, y cuyo mayor protagonista es el Stari Most o Puente Viejo, por el que pululan miles de turistas evitando resbalar en su piso en declive, de piedra lustrada por los años, y que es inmensamente bello tanto de día como de noche, iluminado. Casi todas las callecitas principales, llenas de negocios, bares y restoranes, dan al puente, por lo que en el paseo uno lo cruza varias veces al día.

Asimismo, a unos pasos está el Puente Torcido (Krica Cuprija), más pequeño pero con encanto también, y más allá el Lucki Most o Puente Nuevo, el mejor mirador desde donde contemplar los otros. Esta postal se completa con los altos minaretes de las mezquitas, que predominan en el paisaje no tan sólo visual sino sonoro, por el canto en eco de sus almuecines llamando a la oración varias veces al día. En Bosnia Herzegovina, el 50,7% de los habitantes es musulmán, el 30,7% cristiano ortodoxo y el 15,2% católico romano.


El resto del Mostar antiguo son casas con tejas de piedra y chimeneas, muchas de ellas hoy convertidas en restoranes. El conjunto es precioso, para dejarse estar indefinidamente en cualquiera de sus terrazas.


La gastronomía
La gastronomía en Bosnia y Herzegovina, y ya que en este país es muy notable la influencia otomana, se asemeja a lo que en Argentina (y quizás erróneamente), englobamos en la expresión, comida árabe.

El desayuno es abundante y consta de omelette, tomates, pan, alguna repostería bien endulzada con almíbar, y el famoso café bosnio que ellos sirven con orgullo, y que se asemeja a lo que conocemos como café turco, muy finito, dulce, y que deja borra en la taza.

Para almuerzo y cena (ésta es bastante temprano para el gusto argentino), berenjenas y pimientos de todas las variedades y formas posibles, pero sobre todo rellenos; verduras cocidas, niños envueltos, siempre bien condimentados y acompañados de yougur natural, pescado y mariscos, y una particular guarnición que vinimos viendo desde Croacia, y es una ensalada tibia o fría de espinacas y papa.

Mucha repostería muy dulce, como la baklava que conocemos aquí, de esos que comés un pedacito y jurás que nunca más volverás a probar, pero esa decisión llega hasta la siguiente comida.
