Córdoba (Argentina), de 451 años, es el lugar que eligieron nuestros antepasados españoles para trabajar, vivir y formar una familia. La ciudad donde estudiamos, donde tenemos nuestros amigos, nuestra historia; donde fuimos felices, donde nacieron nuestros hijos. Nuestra historia comenzó allí, en sus calles abarrotadas de iglesias y de conventos, de Universidades, de teatros y de bohemia; que ha sido y es cuna de artistas, de intelectuales y de doctores, que luce su pasado colonial y su legado patrimonial.

Córdoba es una ciudad vibrante con tonada y humor y al mismo tiempo clerical y rebelde colonial, nocturna y cuartetera.

Fundada en 1573 se recuesta a orillas del Suquía, un río fangoso que recibe las aguas de un arroyo encajonado en una construcción de piedra conocida como La Cañada y que cruza la ciudad serpenteante abrazada al túnel de frontosas y añejas tipas que oxigenan el Centro.

A Córdoba se la conoce a pie, de norte a sur o desde el centro histórico de pocas cuadras hacia la “media legua de oro”, un corredor que reúne las joyas más valiosas del patrimonio cordobés y que de algún modo explica las razones de sus apodos: la “Córdoba de las campanas” o “la Docta”.

Este circuito cultural, patrimonial y académico incluye iglesias, conventos, museos, teatros, monumentos y la manzana jesuítica, Patrimonio Cultural de la Humanidad desde el año 2000, que junto a las estancias jesuíticas, atesora el máximo legado de la Compañía de Jesús en el país.

El recorrido puede ser tradicional, con una guía que transite por los imperdibles o “ecléctico”, que nos lleve al azar por la habitación donde vivió el Papa Francisco, nos sumerja en los enigmas del para muchos desconocido museo San Alberto que guarda reliquias invaluables a pasos de la Catedral y que nos deleite como unas minutas en El Ruedo, un bar que tiene más de 50 años en la céntrica esquina de 27 de abril y Obispo Trejo.

Parte del texto fue publicado en la Revista Lugares.










