En la distinguida, histórica y bien criolla ubicada en el norte de la provincia de Córdoba, la casa de 1950 que fuera de Roberto J. Noble, el fundador del diario Clarín, se levanta hoy, y desde hace casi tres décadas, como una estancia de campo.

Está ubicada a 84 kilómetros de la ciudad de Córdoba, en un predio precioso en pleno centro del pueblo, conocido por sus casonas históricas y por los visitantes ilustres del siglo pasado, como el poeta español Rafael Alberti y el premio Nobel chileno Pablo Neruda. Se trata de La Loma, una estancia cuya marca de distinción es el agasajo y la atención al viajero.
La visita comienza varias semanas antes de la llegada, cuando los anfitriones consultan a sus futuros huéspedes sobre sus gustos y deseos, desde la música hasta las preferencias gastronómicas. Si al visitante le interesa la historia o el arte es posible organizar una charla mano a mano con un historiador o si es amante del jazz, gozar con un cantante que amenice la cena.
La Loma se encuentra a la vera del antiguo Camino Real que unía al virreinato del Alto Perú con el del Río de la Plata, sobre las tierras que fueron dadas en merced a Pedro Luis de Cabrera, hijo de Jerónimo Luis de Cabrera, el fundador de Córdoba.

En la estancia se respira historia, la más antigua y la contemporánea.
Se advierte un deseo genuino de preservar la memoria de Roberto Noble, que construyó la casa a mediados del siglo pasado en un terreno de 20 hectáreas. Lo hizo sobre el antiguo casco de estancia de la familia Allende, con presencia en Totoral desde 1771.
Federico Castellanos, administrador y anfitrión de La Loma, cuenta que Guadalupe “Lupita” Noble -la heredera de la estancia- la vendió a sus actuales dueños con la intención de que mantuviera el espíritu que la vio nacer. En un libro de su autoría, la hija del poderoso empresario deja entrever que Totoral fue el lugar en el mundo de su padre, que murió en esa casa cordobesa en 1969.
Noble, que dirigió Clarín hasta su muerte, tenía su oficina de trabajo en su finca bucólica y tranquila, donde plantó vides y llevó toros.
En el pueblo lo recuerdan porque gracias a sus gestiones llegó la energía eléctrica y el teléfono.
En La Loma se realizaban tertulias y algunas fiestas. La visitó el expresidente Arturo Frondizi (una de las piezas lleva su nombre y otra, la de Noble) y personalidades de la política y la cultura, como el destacado Rafael Alberti. La casa se mantiene tal como Noble la dejó, con espacios sobrios y elegantes, acogedores y luminosos.
Tiene una galería preciosa -tal vez una de las más grandes de las estancias argentinas-, con espacios para la contemplación y la lectura, con motivos andaluces en las paredes y en los bancos de descanso. Desde esta ala construida sobre el antiguo casco, donde se ubican gran parte de las 10 habitaciones, se puede contemplar el amanecer que asoma entre los árboles para dorar los arcos que miran al parque de cuatro hectáreas y al fogón en el jardín.
Los cuartos son amplios y sobrios, con camas comodísimas y baño privado. La bañadera de la habitación de Noble es de mármol gris, casi una pieza de arte. El living comedor principal tiene un hogar y ventanales con vistas, hay dos comedores secundarios y una vieja sala de armas.
En la parte más antigua se encuentra el granero donde se guardaban las carretas, con piso de adoquines de madera, en proceso de restauración. Bajando una escalera se llega a un patio andaluz y a otro romano. En la casa principal hay una terraza que alguna vez tuvo un montacarga para alcanzar la comida las noches en que Noble y su hija veían cine a la luz de las estrellas.

En el parque se encuentra una pileta moderna que mantiene la forma de un antiguo calicanto de la época de los Allende que se llenaba por la acequia y pasaba por el baño romano. No se alteraron las estructuras originales. “Para nosotros es clave respetar la historia de la casa, tocarla lo menos posible”, dice Castellanos.
Carmen Sanchez Bretón, una de las anfitrionas encargada de la decoración, del armado de ramos y de las mesas dulces, cree que es importante preservar el valor histórico de la casa “por lo que hizo Noble por el pueblo”. “Tiene un halo misterioso. Soy partidaria de mantener ese misterio porque no es una casa más sino una casa en la que se vivió mucho. Era una vivienda festiva. Tratamos de tener ese espíritu de algarabía, de pasarla bárbaro, de que no haya restricciones, de que te envuelva ese misterio, de poder andar descalzo en el pasto sin que nadie te esté señalando, sin la presión de un hotel boutique”, opina.
Durante 25 años la estancia funcionó como hotel para extranjeros, pero en los últimos tres se abrió al mercado local para que más argentinos se enamoren de Totoral.
La Loma trabaja con proveedores locales, con las señoras del pueblo que elaboran dulces caseros y pan o con Goyo, que hace tortas fritas. Es parte de la cultura de la estancia que, aseguran, a los huéspedes les encanta.
Carmen dice que la gran fortaleza del lugar es el personal, atento a cada detalle. Intentan no superponer más de dos grupos en la misma fecha, y se les asigna un comedor para cada uno.
Ofrecen cabalgatas en un bonito predio cerrado y se organizan caminatas por el circuito de las casonas históricas del pueblo, como la conocida como “El Kremlin” en la que se alojaron Neruda y Alberti.
Los horarios son flexibles. No hay un momento determinado para el desayuno o el almuerzo.
“No recibimos a la gente como clientes sino como personas. Nos enfocamos en las pequeñas necesidades que podemos satisfacer. ¿Querés tomar un café a las 11 de la mañana? No hay problemas, pedís y está. Es un agasajo, un mimo para esa persona que viene buscando un poco de calma, de tranquilidad y de desconectarse”, dice Carmen.
La idea es prestarles atención, sin invadirlos.
No ofrecen comida gourmet sino casera, con productos frescos. Un recomendable son los arrolladitos de berenjenas y brusquetas de champiñones, la lasagna con salsa roja y los crepes de dulce de leche. Una vez más, La Loma ofrece experiencias.
“La gente tiene que sentir que la casa es suya. que son dueños de un hotel, que los van a atender con todos los detalles”, subraya Castellanos. Lo bueno es estar ahí.
En este paraíso natural, donde sólo se escucha el sonido de los pájaros; la gente descansa. Casi podría decirse que los anfitriones miden el éxito de la estadía por la hora en que la gente se levanta. Aquí se duerme tranquilo.
Hasta ahora la estancia se ha conocido de boca en boca como un secreto que se transmite casi sin querer. No piden reseñas en plataformas y el único termómetro de satisfacción lo dan los audios que les envían al día siguiente de la partida.
“Hay muchas personas que llegan y no saben con qué se van a encontrar y quedan fascinadas, porque si bien es un hotel con todo lo que necesita para serlo, tienen libertad. No es atención personalizada sino simplemente cada uno de nosotros da lo que le va saliendo. Es una experiencia muy distinta”, asegura Sanchez Bretón.
Esta nota se publicó originalmente en el diario La Nación.






