En Villa María de Río Seco, una antigua casona de adobe en la calle Rivadavia da cuenta de siglos de historia. Se ubica sobre el curso ancestral del camino de los Sanavirones y el camino usado por la expedición de Jerónimo Luis de Cabrera rumbo a la fundación de Córdoba, más tarde llamado Camino Real del Bajo.
En el antiguo territorio de Quillovil, donde los pueblos sanavirones tejían su existencia entre ríos secos y memorias vivas, una casona de adobe se alza como testigo silencioso de siglos entrelazados. Su fachada, marcada por el tiempo y la intención, conserva signos tallados que no son ornamento: son palabra, rito y raíz.

🔷 El eje vertical con círculo central y puntas en diamante
Este relieve se presenta como un eje cósmico, una columna que une cielo y tierra. El círculo central representa el corazón del territorio, la matriz de lo sagrado. Las tres puntas en diamante, como caminos que se abren, evocan la tríada del andar: lo ancestral, lo comunitario y lo espiritual.
Su geometría recuerda saberes indígenas reinterpretados en el cruce de culturas que definió la historia profunda de Quillovil.

💠 El emblema con forma de tulipán, corazón y flecha descendente
Este símbolo, de estética estilizada, sugiere protección y arraigo. El corazón central pulsa como signo de devoción, mientras que la flecha descendente señala la tierra como altar, como madre, como memoria.
En el contexto local, puede vincularse con relatos de fe y resistencia, donde lo espiritual se encarna en el paisaje.

🏛️ La moldura de discos apilados y el arco con clave
Los discos, como cuentas de un rosario territorial, podrían simbolizar linajes, saberes acumulados, generaciones que se suceden. El arco con clave es umbral: no sólo se entra a la casona, se entra a la historia. Cada grieta, cada sombra proyectada por el sol cordobés, parece decir: aquí hubo encuentro, aquí hubo origen.
🌾 El territorio como memoria
La presencia de estos signos en la arquitectura colonial no puede desligarse del territorio que los sostiene. Quillovil no fue tierra vacía: fue espacio habitado, nombrado y ritualizado por los sanavirones, cuya cosmovisión dejó huellas en el paisaje y en la forma de habitarlo.
En 1573, el paso de Jerónimo Luis de Cabrera por estas tierras marcó el inicio de la ocupación criolla organizada. La orden de instalar una pista de descanso para viajeros en Quillovil dio origen a un poblamiento que, sin fundación formal, comenzó a transformar el territorio en enclave colonial.
Pero los signos en la casona no responden sólo a esa historia: la trascienden. Son síntesis de lo indígena, lo criollo y lo espiritual. Son memoria tallada en barro.





