En Villa de María de Río Seco vive el reconocido luthier de guitarras del norte cordobés. Sus instrumentos están en manos de folkloristas y aficionados. Es un símbolo de identidad cultural.

A 200 kilómetros al norte de Córdoba capital, la ruta 9 avanza hacia la vecina provincia de Santiago del Estero. Antes de cruzar el límite está Villa de María de Río Seco: pueblo con memoria larga y tierras sanavironas, que ha sido testigo de colonizadores y devociones. Aquí nació el escritor Leopoldo Lugones. Aquí se venera a la Virgen de La Cautivita. Y aquí también vive —y trabaja— el luthier Gregorio Cabral.

Nos recibe en su taller, conocido como “El Templo de la Guitarra”. Pide disculpas por el desorden de maderas, herramientas y cuerdas: materia prima en estado de proceso. Nada sobra. Nada está fuera de lugar. Es la antesala donde la madera se convierte en instrumento.

Tiene 89 años y sigue creando guitarras como desde hace más de seis décadas, para folkloristas de todo el país y para aficionados amantes de la música. Dice que hizo más de mil.
Gregorio toma un listón, lo apoya, explica densidades, tiempos de secado, cómo se corta, cómo se pega, cómo se “cura” una madera para que, en el futuro, resuene limpia, honda, afinada. Habla bajito. Pero cada frase suya es casi un documento.
Su biografía -de más está decirlo- está atravesada por una guitarra. Su primer instrumento lo construyó para sí mismo a los 15 años, con la madera de un mueble viejo, copiándola de la del vecino. Allí empezó todo. Primero como músico aficionado. Luego, como luthier autodidacta. De madrugada, solo, en silencio, aprendió a escuchar cuando la madera hablaba.
Las guitarras de Gregorio tienen su sello de origen: rosetas artesanales, incrustaciones de nácar, detalles minuciosos.
Pero además de instrumentos, Cabral es autor de piezas de artesanía que circulan por el pueblo. La réplica de la Virgen de la Cautivita, que sale cada año en procesión, es suya. Y muchos vecinos le han encargado imágenes religiosas que talla en madera. Sus imágenes están también dentro de los hogares.
En el taller, el tiempo se diluye. Está detenido. Solo pervive allí el embrujo que se siente en los lugares con alma. Gregorio explica que jamás queda satisfecho del todo con una guitarra terminada. Siempre le parece que la próxima será mejor. Esa, quizá, sea su forma íntima de mantenerse vivo.
Antes de irnos, nos muestra un charango tallado a mano en una sola pieza, sin dibujo previo. “Los diseños salen solos”, dice. Y es imposible no creerle.
Villa de María de Río Seco es un punto en el mapa. Gregorio Cabral es otra forma de territorio: el que protege una cultura, un sonido, un modo de estar en el mundo. Su nombre aparece en poemas y en chacareras. Aquí, en el norte cordobés, la identidad se afina con las historias del pasado y el presente.










