Hidra, la isla que conserva el auténtico espíritu griego

Autor:

Mariana Otero

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Se sabe que Grecia tiene islas para todos los gustos, pero tal vez, Hidra (o Hydra) sea una de las que mejor conserva el auténtico espíritu griego con callejuelas, tabernas y postales increíbles hacia el mar Egeo. Es la isla del archipiélago de las Sarónicas más alejada de Atenas, a 68 km (o una hora y media de ferry, previa parada en Poros), partiendo desde el impresionante puerto del Pireo. 

La elegimos entre el enjambre de islas que forman la Grecia insular lejos del glamour de otros destinos como Mikonos o Santorini, de las aglomeraciones y de las colas para sacarse una foto con el paisaje paradisíaco. Luego llegaría el momento de experimentar aquello. 

Hidra es pequeña y bonita. Se parece a Capri o a Portofino. Tiene no más de 20 km de largo por 6 de ancho y es elegida por los atenienses que escapan de la gran urbe helénica y por los jubilados adinerados de Grecia y otras partes de Europa. 

En la isla no hay autos ni motos. Todo se hace a pie, a lomo de burros o saltando de cala en cala en las pequeñas barcas que son sustento de pescadores y taxis acuáticos. Hidra es (aunque suene trillado) un paraíso con encanto, con iglesias ortodoxas, algunos restos arqueológicos y playas preciosas de piedra. Los lugareños dicen que refleja lo que eran las islas griegas antes de convertirse en lo que son ahora.

Comenzamos a caminar por los senderos buscando el corazón de la isla, sin hoja de ruta, siguiendo nuestra intuición de viajeros. La hora del almuerzo nos encontró frente a una taberna con un balcón al Egeo y allí nos plantamos con unas buenas sardinas y unas cervezas Mythos. A contemplar y a degustar. Puro placer. Que no acabe más este momento, pensamos. 

Más tarde bajamos a una de sus playas pequeñas de aguas cristalinas y todavía frescas en mayo. Y luego emprendimos el regreso al puerto, tan encantador. La bahía de Hidra es de las mejores de esta parte de la costa griega, una razón que la convirtió durante los siglos XVII y XVIII en una próspera base comercial y en uno de los astilleros más famosos de las islas. Dicen que a mediados del siglo XVIII, Hidra armaba la mitad de todos los barcos que operaban entre las islas y Estambul.

En Hidra hay que perderse entre calles y cuestas. Pegada al puerto está la Iglesia Catedral de la Asunción, una preciosa construcción del XVII con un claustro que abraza todo el templo y el viejo Archivo Histórico, un sobrio edificio del XIX que comparte su uso de almacén de la memoria documental de la isla y sede del Museo de Hidra (centrado en el pasado naval). Nos faltó ver el monasterio del Profeta Elías y las iglesias ortodoxas, a las que se llegan después de 3,5 km de caminata. Dicen que son maravillosos, pero el ferry partía y regresamos al puerto a esperar,   capuccino en mano, frente al mar. 

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