Pedimos permiso a Exu y Oxossi para abrir los caminos y entrar en la mata. Bajamos con el machete hasta el cañaveral a cortar cañas para llevar a casa de tía Sao. Llegamos hasta la última de las cachoeiras a través de un largo camino poblado de distintas especies de árboles y plantas, y mientras caminábamos los dos pensamos lo mismo: nos imaginamos la cantidad de veces que pretas y pretos habrían atravesado este corredor de selva buscando refugiarse y ocultarse entre la mata, huyendo del sometimiento de la esclavitud. “Me los puedo imaginar corriendo por todo este camino”, me dijiste.

Una mariposa amarilla quedo posada en tu mano durante un buen rato mientras el agua de la cachoeira corría por debajo de tus dedos, una vez que la soltaste se quedó junto a nosotros en la roca donde permanecimos sentados sobre el agua observando la fuerza de la corriente. A pocos días de la muerte de papá darnos este baño en las cachoeiras de su pueblito era como un ritual de bautismo hacia este nuevo pasaje de nuestra vida. Nos quedamos en silencio dejando el agua correr por nuestro cuerpo sintiendo la maravilla de toda la naturaleza que nos rodeaba.
En esta tierra todo abunda, tio Mbira nos lleva a la chacra que cuida Tiao para ver los árboles de jabuticaba, e ivapuru, que le dicen en guaraní, un árbol inmenso y precioso cuya particularidad es que sus frutos crecen directamente pegados al tronco. Los arrancamos uno a uno y saboreamos su dulzura. El fruto de la jabuticaba es redondito, oscuro y brillante. Crece también en la zona del Paraguay y del nordeste argentino donde algunas personas usan su nombre como piropo; ojitos de ivapuru, me dijeron que le dicen, aludiendo a la hermosura de unos ojos oscuros. El terreno de Tiao está lleno de coqueiros, de árboles de mangos y plantas tropicales. Después de 4 años de no venir a Minas Gerais me siento extrañamente en casa.

En los últimos meses de vida papá recordaba los rituales de candomblé de Angola a los que asistía con sus tíos y sus primos cuando era chico. Me contaba que su tía era mae de santo y curandera, me hablaba de los tambores hasta largas horas de la noche en la oscuridad del pueblo. Se arrepentía de haberse alejado de ese universo y haberse volcado a la filosofía budista. La mitad de mi familia se volvió evangelista y la otra mitad católica.
Me pregunto que pensarían de mi si supieran que en un momento de mi vida comencé a entrar en trance y a tener visiones bailando y escuchando música de orixas sola en casa sin haber tenido contacto jamás con un terreiro, y aun sin saber que los tíos abuelos practicaban candomblé. A través de distintas experiencias mi sensibilidad y mi percepción fue modificándose y abriéndose a otro espectro de realidad gradualmente. Al principio me resistía porque no lo entendía, hasta que poco a poco me fui entregando.

Me pregunto si me juzgarían… Papá me cuenta que al abuelo Joao no le gustaba que se hablara de religión africana en su casa, que era un tema que no se podía tocar. ¿Cuántas familias brasileras fueron atravesadas y divididas por estas dicotomías? La pérdida de contacto con estas raíces religiosas se transformó en una nube de secretos que silenció y borró todo rastro de estas memorias. ¿Por qué el abuelo no quería que se hablara de esto? ¿Qué es lo que habría sucedido realmente? Más allá de los juicios sociales atravesados por la colonización, mi intuición me dice que algo pasó.
Por primera vez después de años alguien en la familia nombra nuestro origen africano, el tío Mbira me muestra fotos de estos primos del candomblé, me cuenta que uno era vidente y que fue quien les enseño a tocar la guitarra. Me cuenta que la bisabuela Bárbara se conoció con nuestro bisabuelo trabajando en condiciones de esclavitud en un campo de café de Minas Gerais. Dice que era madre de leche, como tantas mujeres negras, y que el documento de su liberación lo tenía alguien de la familia. La bisabuela Bárbara había sido traída de Angola y perdió un brazo durante el transcurso de su vida. Su mirada duele en todas las fotos.
Café da manha, cheiro de café na casa de tia Sao. Mango docinho docinho, barulho de panelas prontas para o feijao…tudo isso e memoria emocional pra mim.
Cuando vengo a Brasil desayuno café todas las mañanas. La tía Sao nos compra queijo minas y prepara el café en un filtro gigante para toda la familia, llena 2 termos que quedan para todo el día. En cambio cuando voy a Mar del Plata desayuno mate cocido casi todas las mañanas porque me trae la sensación de la infancia, de la abuela preparando la taza calentita y humeante en una mañana de frio mientras desayunamos mirando los árboles del bosque, y así como la yerba tiene impregnada la memoria del sudor y el sacrificio de la sangre guaraní trabajando a destajo en los yerbales, el café tiene impregnado la memoria de siglos de trabajo africano esclavo. Toda cosecha guarda en si esta dualidad, entre el afecto, el amor, el sacrificio y el dolor.
Dafne practica el vodoo de su Haiti natal y me cuenta que todas las mañanas tira un chorro de café al piso al lado de su altar como una ofrenda para sus ancestros. Es una forma de que estén con nosotros y agradecer me dice. El café es el punto de conexión.
En el camino de vuelta de Minas Gerais a Buenos Aires pasamos por Curitiba a descansar en casa de un amigo, su novia nos invita a una gira de umbanda. Una gira de preto velhos y caboclos. Los preto velhos le llaman en la tradición umbanda a los espíritus de los ancestros y ancestras que murieron en condiciones de esclavitud, a través de ellos se canalizan mensajes de sabiduría, cuidado y curación.

Los caboclos en cambio son los espíritus de los pueblos indígenas. Es la primera vez en mi vida que asisto a una experiencia asi después de años de desearla y estoy emocionada. Todo es muy natural, hay familias, niños, los cantos y los tambores sostienen el ritual constantemente. Durante la gira de los pretos pasamos a recibir mensajes de los que incorporan el espíritu, nos limpian con agua y hierbas, a cada uno en la parte del cuerpo que más necesita.
Mae Sandra es suave y amable y está dispuesta a conversar con nosotros. Me observa y me dice que le pareciera que soy fliha de Iemanjá como yo creía, pero que puede ser también que tenga otro orixa. Me dice que volvamos otro día para conversar más tranquilas. Al terminar comemos las ofrendas para los pretos, un plato de feijao con carne y un bolo de fubá delicioso. Cuando vuelvo a Buenos Aires armo un pequeño altar por unos días para papá y los abuelos, con ofrendas de café y fubá.

En los últimos meses de vida le compartí a papá la música de Maro, mi cantante portuguesa favorita. Lo descubrí una mañana en su cuarto convaleciente escuchándola, la luz entraba por la ventana y había un aureola de paz, por primera vez teníamos una mañana sin el noticiero de Lilito prendido a todo lo que da ni los perritos de Mirinha ladrando como histéricos. Lo filmé desde la puerta del cuarto sin que él me viera. Maro cumplía años el mismo dia que papá, un 30 de octubre. En sus canciones habla de la muerte, los duelos, la belleza del amor y los encuentros.
Hacía un par de meses que papá solo podía permanecer 10 minutos fuera de la cama y tenía que volver a acostarse del cansancio que sentía. Me daba cuenta que escuchar a Maro le hacia algo especial, al igual que a mi. Un día mientras sonaba la música me acerqué a su cuarto y me dijo que la escuchaba una y otra vez, que le encantaba. La música estaba acompañando su trance hacia el final de su vida.

Papá se había alejado de la vida de toda la familia durante 25 años, nuestra comunicación durante algunos años había sido a través de videollamadas, mails y audios de whatsapp mientras él vivía haciendo música por todo el mundo. En su última etapa de vida en Asia empezó a sentirse muy cansado. Le contó al tío Tonino que tuvo un sueño donde se le apareció su mamá y le dijo que volviera a Brasil. Volvió para descubrir su enfermedad. Me emocionaba sentir que después de tantos años separados y de tanta complejidad en nuestro vínculo, la comunicación con él seguía siendo a través de las músicas que nos gustaban, como cuando me mandaba videos o tutoriales de canciones desde Vietnam.
Papá había vivido muchos años en Europa y otros tantos en Asia, viajó también por África. Tuvo 6 hijos, nosotros dos en Argentina, y 4 hermanos que nos dejó en Europa, de distintas madres. Tenia unas contradicciones raciales muy fuertes; a veces se enorgullecía de sus raíces portuguesas como algo decoroso e importante, luego despotricaba contra la colonización y la educación portuguesa, por otra parte decía que él no quería ser un negrito más de esos que andaban tocando tambores por el mundo, se quejaba del racismo, amaba África y su gente, vivía de la música de su tierra y añoraba sus raíces religiosas africanas.

Durante años yo soñaba con conocer Portugal, Lisboa me parecía tener desde lejos una poesía y una mística especial. Un día mis tíos decidieron migrar…
Llueve en Buenos Aires y llovía en Lisboa
Una luz brillante de agua coloreaba los edificios de esa preciosa y antigua melancolía
Llueve en Buenos Aires y el recuerdo de Lisboa inunda todas mis imágenes
Los atardeceres violetas detrás del puente que cruza el Tejo
La marisquería azulejada de Almada, las caminatas a la hora dorada por la rambla
Dormir en el cuarto de los tíos lleno de retratos en Brasil
Llovía en Buenos Aires el día que la tía Celia me llamó para contarme que consiguió su residencia portuguesa
Ella no se estaba dando cuenta, que acababan de recuperar con mucho esfuerzo
un territorio que nos pertenecía,

Llueve en Buenos Aires y en esta ciudad la gente está viva, llena de amor y proyectos
Tengo rio y las mejores amistades
volví después de 6 meses y me sentí en mi hogar
Pero llueve y hoy ya no sé en qué lugar del Mundo quiero estar
Llovía el día que llegué a Lisboa desde Alicante al amanecer

Una cola llena de gente, un colectivero de mal humor igual que en Buenos Aires
Crucé sola toda la ciudad para llegar a la casa de la tía
y enterarme que papá estaba enfermo de cáncer
Llovía y comíamos feijao con arroz todos juntos en el comedor

Con la decoración más luso barroca que podíamos tener de fondo
Contrastando con nuestra latinoamericanidad
Estábamos felices de haber cumplido el sueño de encontrarnos todos en esta ciudad
Llovió también el día que encontramos con Fabio, mi hermano alemán
El libro de Chico Buarque “Mi hermano alemán”
Un arcoíris gigante atravesaba el cielo cuando salimos de la librería
Llovía en el aeropuerto de Sao Paulo mientras esperaba la salida de mi vuelo a Belo Horizonte
papá me mandaba por whatsapp la última foto que me enviaría antes de morir
con la luz de la primavera y los árboles radiantes de verde desde la ventana del hospital
me regaló la última luz de su vida.
Llovía en Raposos, tia Sao y Heto miraban la lluvia desde el balcón
Y papá ya no estaba más en la habitación de la casa.
Romenia se enteró de su partida y se apareció en casa de tia Sao para visitarnos
Entró por la puerta del patio con un gorro vietnamita gigante
Ella no sabía que el último país donde vivió papá antes de volver a Brasil fue Vietnam
El día que vino a despedirnos quiso que el gorro quedara con nosotros.
Llovía en Lisboa la noche que vi los tranvías más lindos cruzar la ciudad,
La Praza do Comercio estaba desierta y empapada, y yo más tarde pensaría
Que quizás fue en este puerto donde fue vendida la bisabuela Bárbara.
Salí a caminar por la orilla el anteúltimo día, esta vez estaba soleado
fotografié a un pianista que tocaba mirando el rio Tejo con un perrito acurrucado a sus pies
era la escena más tierna y melancólica que vi en Lisboa
Un último día juntos en el mar portugués con la canción de Mario Laguinha envolviéndonos

Todo era alegría y surrealidad
Sentí muy adentro mío que yo ya había estado en esta tierra
Como si viniera un recuerdo de otra vida
Otra vez,
como caminando esa noche juntos escuchando fado por la rambla de Almada
Llueve sobre la ventana de mi casa en Buenos Aires
el sombrero vietnamita de Romenia adorna la ventana que da al jardín
El vidrio está empañado de lluvia
Siento que ya no sé dónde quiero vivir ni donde quiero estar
Siento que quizás Buenos Aires ya no sea mi lugar
Quiero seguir expandiéndome por el mundo
sentir los soles de todas las tierras
Que entrelazan mi ancestralidad
Sentir las variaciones de la luz en cada latitud

la extensión de la tierra entera transformarse
En otra tierra a través del camino
Quiero seguir viajando,
Conectar los amores, la familia y la gente
no como le pasó a papá
Preciso encontrar la tierra que me pertenece
La serenidad que haga crecer las flores
Hacer crecer una raíz radiante donde descansar

Sentir que con certeza elijo
un hogar donde quedarme un tiempo
ir y venir del mundo y poder crear.
ESTE TEXTO FUE COMPARTIDO POR LA AUTORA EN EL ENCUENTRO «NO SOMOS ISLAS», EN LA CIUDAD DE CÓRDOBA, ARGENTINA. ORGANIZADO POR LUCIANA BEDINI (POTENCIA EDITORA), FLOR DONADI (CÁTEDRA LIBRE DE CULTURA BRASILEÑA DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES DE LA UNC) Y VICTORIA LUNA (LICENCIADA EN TURISMO Y GESTORA CULTURAL)