La experiencia de navegar por el Bósforo en la milenaria Estambul califican en el ranking de las memorables.
El paseo permite ponerle una pausa al frenético ritmo que Estambul le impone a sus visitantes, con tanta historia acumulada en sus calles, en sus edificios y en mezquitas.

El canal divide a la ciudad en dos, dejando una parte en el continente europeo y otra, en el asiático.
Durante una hora y media nos dejamos envolver por la cadencia de las aguas y de la brisa marina para contemplar y observar los principales sitios de interés y los monumentos históricos ubicados en ambos continentes.
Un dato: no conviene contratar las carísimas excursiones para turistas sino que sólo hay que ir al embarcadero del puerto y pagar el pasaje del ferry local, que zarpa cada 30 minutos, a un precio súper accesible. La navegación es sin guía, pero eso se soluciona con un buen mapa con las indicaciones para identificar los principales atractivos: el Palacio de Dolmabahce, la Mezquita de Ortaköy, el Puente del Bósforo (se extiende desde Ortakoy, parte europea y Beylerbeyi, asiática). También se ven a lo lejos la maravillosa Santa Sofía, el Palacio de Topkapi, la Torre de la Doncella y la Torre Gálata.

El paseo es una joyita sin desperdicio que, en nuestro caso, se coronó con el llamado a la oración del Islam en el atardecer.
A pocos kilómetros de la llegada, desde los más de 3.000 minaretes de las mezquitas de la ciudad comenzamos a escuchar el adhan, que invita a los fieles musulmanes a orar. En otros tiempos, el almuédano lo recitaba desde lo alto de las mezquitas pero ahora se escucha por los parlantes. Siempre es en árabe, el idioma en el que está escrito el Corán.

Es impactante, emocionante. Vimos a la gente desplegar sus alfombras en el barco para cumplir con el precepto mientras el sonido nos envolvía, nos movilizaba y nos recordaba lo lejos que estábamos de casa.